ficciones coercitivas

A Chloé Delaume no le ha ido bien. Su dato biográfico fundacional es ciertamente sanguinoliento: cuando Chloé tenía ocho o nueve años, su papá asesinó a su mamá y luego se suicidó delante de la niña. En Le cri du sablier Chloé cuenta que, tras el disparo, acabó bañada en los sesos de su padre. Asco. 

Le cri du sablier se traducirá al español y será probablemente publicado por Almadía. Pero bueno. 

En una entrevista que vi ayer, Chloé cuenta que a ella la criaron unos tíos que socialmente se hacían pasar por sus padres. Así Chloé podía crecer haciéndose pasar por una niña normal, cero traumas. Y Chloé tenía amiguitos y hasta novios que creían que su tío era su papá y su tía su mamá y que Chloé era una persona normal. 

He aquí una excelente definición de una persona normal: aquella cuyo padre no asesinó a su madre ni se suicidó delante de ella manchándola de sesos.

Pero bueno. Chloé creció así. Y de pronto un día se hartó de que la sociedad la hiciera pasar por una persona normal y escribió un libro en donde gritó su anécdota fundacional junto con la verdad de lo que había pasado. No es un libro testimonial ni una de esas sesiones de psicoterapia pública: el libro está escrito a lo Daniel Sada: en alejandrinos. 

En francés, los alejandrinos son versos de doce sílabas repartidas en dos hemistiquios. En español es diferente, pero no importa. 

Bueno. El caso es que Chloé fue víctima de una ficción coercitiva: su familia decretó que lo del asesinato no había ocurrido y que Chloé era una persona normal de esas que nunca han sido salpicadas por los sesos suicidas de su padre. La trataron no como persona sino como personaje: le impusieron el relato de un pasado por el que ella no había pasado, convirtiéndola así en literatura socialmente correcta: una niña normal. 

En México también nos pasa. Cuando el gobierno dice: «se enferman de influenza por su culpa, porque se automedican, porque no van al médico» nos están aplicando la misma. Nos vuelven personajes, nos carcterizan como necios, cuando no de plano pendejos y ni cómo quitarse el sanbenito del relato que se nos impone. «Tardan en llegar al médico, por eso se mueren». Lo que no dicen es que hay muchos que sí llegan al médico, pero como el sistema de salud es una porquería, los traen de médico en médico, dándoles aspirina hasta que se mueren. 

Eso decía Chloé ayer en una entrevista: que la literatura es un arma contra las ficciones colectivas. Que la literatura es una manera de deshacerse del yugo de los personajes que nos imponen. 

Otro ejemplo: ahora los mexicanos acá en Francia estamos todos infectados. Nos imponen el personaje del apestado y en el supermercado nos huyen como si trajéramos la lepra. A veces me dan ganas de escribir una novela de 500 páginas para agarrarlos a novelazos y dejarlos llenos de moretones: para que se les quite. Pero bueno. 

La literatura es un arma contra esos escritores que avientan el relato y luego esconden la pluma. Y el relato se queda ahí coleando como un reptil.gallina sin cabeza, hablando de nosotros, escondiendo lo que somos. En el supermercado de la esquina dicen que soy un apestado. Eso que dicen no es cierto. Por eso tengo que hablar, hacer uso de mi bocota o de mi plumota y decir: yo no soy eso. Yo soy otra cosa.

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