Contra la satanización de las drogas, por Vivian Abenshushan

por Vivian Abenshushan
[[tomado del blog de Vivian: Escritos para desocupados ]]

Paso el domingo leyendo los periódicos, que se han convertido en una larga sección de esquelas, monumentos fúnebres de la hora nacional. Mi lectura es bipolar. A veces presiento con entusiasmo que la sociedad mexicana se ha despertado de su largo sueño conformista, que ha dejado al fin de mirar pasivamente el espectáculo de su desesperanza. Pero en seguida me encuentro con el espíritu contrario, un grupo desconsolador de articulistas, políticos e intelectuales que atizan contra la sociedad organizada, como si ésta no mereciera ser escuchada, como si no comprendieran que además de mirar la televisión los mexicanos quieren también recuperar las calles, actuar sobre las posibilidades de su destino, más allá de las lápidas futuras que les asegura la soberbia gubernamental, la mezquindad de los partidos políticos y, sobre todo, la impunidad de la que se han valido los criminales para fortalecerse y ser cada vez más viles. Los críticos de la marcha se contradicen: exigen a la sociedad que no sólo increpe y reclame (aunque lo haga legítimamente) a sus políticos, es decir, que no delegue toda la responsabilidad sobre la realidad del país al gobierno que la representa. Pero cuando esa sociedad sale de su letargo, justo cuando adquiere una conciencia imprevista sobre la necesidad de su participación activa en la mudanza del país, los críticos ya no la quieren, se amedrentan y escandalizan. Hay una hipocresía, una contradicción flagrante, entre los críticos que promueven lo que en el fondo aborrecen: la participación ciudadana, la auténtica democracia donde también existe el disenso (no eso que ellos llaman “odio”, para despertar una vez más el fantasma del miedo que inmoviliza a la sociedad). Ahí se ha abierto una tensión no resuelta, una discusión al interior de la casa.

Paso la página y aparecen las fosas comunes, el país convertido en un cementerio sin condolencias, sin desagravio, sin explicaciones. Me pregunto entonces si no hemos agotado ya nuestras reservas de demencia e insensibilidad. La indiferencia del Estado mexicano es escalofriante. Ni siquiera se vale de las gesticulaciones humanitarias y los símbolos propios de la política para hacer un pronunciamiento, decretar por ejemplo un día de Luto Nacional como ha sucedido en Brasil después de la masacre en una escuela de Río de Janeiro. Lo que queda es la frialdad y (otra vez) el desentendimiento: la culpa es de los otros, los gobernantes de Tamaulipas, los que no apoyan al presidente. He aquí la tónica desalentadora que nos llega de los voceros oficiales, el balbuceante “¿Y yo por qué?”, una de las más lamentables herencias de la transición democrática en México. Eso podría dejarnos desvalidos. Pero ante la incapacidad cada vez más evidente del gobierno y sus instituciones para asumir su responsabilidad, la sociedad (o esa parte consciente, lúcida, sensible, crítica de la sociedad que no se ha hundido por completo en la desesperación) responde de nueva cuenta con una movilización, para el 8 de mayo, marchas, acciones poéticas, discusiones públicas, tuits como telegramas del descontento. Ese impulso, ese llamado a cuentas, esa naciente autogestión, no debería perderse, aunque supongo que tendrá que bregar a contracorriente.

Una intuición recorre la atmósfera de las últimas semanas: este país sólo se puede salvar a través de sus habitantes. No con una clase política que lleva casi un siglo en estado de descomposición, sino con la práctica de la acción directa no violenta de sus ciudadanos. ¿Cómo articular esa movimiento de la sociedad civil? ¿Cómo presionar a la clase política para que se integre a esa corriente (y no al revés), para que opere en sí misma una auténtica transfiguración? No lo sé. Es algo que estamos inventando. Me parece importante, por lo pronto, que los individuos se expresen, hablen entre sí, disientan y sigan discutiendo públicamente y a través de distintos medios sobre nuestra aterradora situación actual y las posibles vías de salida. Aunque no siempre comparta sus argumentos. (El diálogo o el acuerdo no necesita suprimir las ideologías; sólo el Pensamiento Único, hoy puesto en duda, supone que la democracia significa unanimidad, neutralización de las diferencias.) Discrepo, por ejemplo, de la postura que ha adoptado desde hace tiempo Heriberto Yépez frente a la iniciativa sobre la legalización de las drogas (no es una iniciativa ni nueva ni exclusiva de los mal llamados intelectuales, pero es a partir de ahí que escribe Heriberto). Aunque comparta con él muchas otras ideas, me parece que su llamado a la abstinencia, al no consumo de drogas, equivoca el blanco, convirtiendo a los consumidores en cómplices de la violencia, es decir, criminalizándolos. Ese discurso (hacer del fumador de mariguana un criminal) fue abolido en 2009 de la legislación mexicana, eliminando todas las sanciones por cantidades para uso personal y por eso su retorno, aunque sea sólo sugerido, me parece francamente reaccionario. Los argumentos de Yépez aparecieron en Milenio: http://impreso.milenio.com/node/8944816. Y yo le respondo así:

1/ ¿Por qué se droga la gente? ¿Por comodidad? ¿Por hedonismo? ¿Porque busca una percepción distinta de la realidad? ¿Por desesperación? ¿Por soledad? ¿Por nihilismo? ¿Por evasión? ¿Por sensualismo? ¿Por el deseo de un momento estético distinto al de la intolerable normalidad? ¿Porque busca un estado de conciencia superior? Por esas y muchas otras razones que son, en todo caso, decisiones individuales. Una ética de la abstinencia como la que propones, Heriberto, es una ética puritana, represiva (controlar el placer), que niega una parte de la naturaleza humana. Bajo esa ética se han prohibido históricamente todos los placeres: desde la masturbación hasta la mariguana. Y como escribe Foucault en Historia de la sexualidad, estigmatizarlos como vicios no hizo que disminuyeran. Todo lo contrario: alimentaron una compulsión masturbatoria.

2/ En su ensayo Contra los no fumadores, el escritor Richard Klein dice: “La represión a menudo asegura que cuando regrese lo reprimido lo haga de manera violenta e hiperbólica. Siempre que lo insalubre es demonizado se vuelve irresistible, acompañado de toda la seducción del vicio y el feroz encanto de lo que no debiera salir a la luz. La censura alienta de manera inevitable la mismísima práctica que se desea inhibir y, por lo común en el intento la vuelve, por ilícita, más peligrosa.” Estamos metidos, pues, en una enorme contradicción provocada por la moral que condena todo lo que no sea renuncia, trabajo, decencia, productividad. Insisto: una moral puritana, la misma que llevó a Estados Unidos a prohibir el alcohol y provocar el crecimiento potencial de la mafia. ¿Por qué la gente tendría que dejar de beber con sus amigos, con sus amantes, para animar una conversación o para hacer el amor en un escenario distinto? ¿O para disfrutar un banquete filosófico? Si en ello no hay un atropello de los derechos de otros, si se hace con responsabilidad, ¿por qué es condenable? Las drogas, el cigarro, el alcohol, forman parte de la cultura y la civilización, y hemos convivido con ellos históricamente, para comulgar con los dioses paganos o cristianos, desde Eleusis hasta Wirikuta, donde habita el dios huichol del peyote. Nuestra relación con estas sustancias debería partir de la indagación personal (y comunitaria) sobre su doble rostro, que ilumina y esclaviza, es decir, sobre sus bondades y efectos nocivos, una tarea que han emprendido filósofos como Antonio Escohotado, con un ánimo infinitamente más generoso y lúcido (verdadero generador de conocimiento) que el de los abogados de la censura y la prohibición. Es ese el tono que adoptas en tu artículo, Heriberto, donde prevalece un discurso culpígeno: no tengo derecho a pedir un mundo distinto porque fumo mariguana, no tengo derecho, aunque nunca haya asaltado a nadie ni tenga un monopolio que impida el reparto democrático de las comunicaciones; soy mariguano, soy cómplice del Mal, soy víctima del maniqueísmo que ha puesto a esta sustancia en la mirilla de las conductas reprobables, mientras explotar a millones de trabajadores en las maquiladoras en condiciones cercanas a la miseria y la esclavitud, sea legal y hasta contribuya al PIB). No se trata de una postura provocadora, sino de signo contrario: moralina, conservadora, ciega ante las evidencias sobre los resultados catastróficos que ha tenido en el mundo la tendencia prohibicionista a cuarenta años de que el presidente Nixon, en Estados Unidos, declarara la guerra global contra las drogas, sin la menor señal de triunfo y con la amenaza de que la violencia se extienda ahora hasta Centroamérica y el Cono Sur.

3/ En México, en estos momentos, mueren muchas más personas por la guerra contra el narco que por el efecto que provoca el consumo inmoderado de algunas drogas. Si este no es un argumento suficiente para revisar, desde un punto de vista incluso pragmático, la estrategia antidrogas, entonces es que en el fondo las motivaciones son de otra índole. No me ocuparé aquí de los argumentos económicos, la relación entre el lavado de dinero y el sistema financiero internacional, que varios economistas han puesto en evidencia. Me inquieta sobre todo los excesos de una vigilancia que se podría extender hasta el interior de nuestra vida privada (y del que te vuelves vocero involuntario con ecuaciones como “No más sangre = No más drogas”). «Si el interés de los censores –dice de nuevo Klein– no reside en promover subrepticiamente lo que pretenden aborrecer, su objetivo sí es ampliar el poder de vigilancia, intensificar la reglamentación e incrementar el principio del patrullaje en general.” Como suele suceder con demasiada frecuencia, detrás de los argumentos morales, se esconde un asunto de poder.

4/ Hace meses que no prendo un churro, pero si lo hiciera, no tendría por qué sentir que estoy, por eso, del lado del “mal”, como no lo hago cuando acompaño mi comida al lado de mi hijo y mi esposo, con una botella de vino tinto. ¿Cuál es la diferencia? Que una es legal y la otra no. Punto. Debería, si quisiera, poder cosechar mariguana en mi casa, bajo el consejo de los conocedores, del mismo modo que debería poder sembrar hortalizas en mi azotea (al casero le parece poco higiénico), para mi autoconsumo. De ese modo, evitaría a los intermediarios, que todo lo encarecen, las adulteraciones, el gasto de combustible, el empleo de químicos y transgénicos, el mercado negro, la especulación inmoderada, la corrupción multimillonaria de funcionarios públicos, policías y empresarios, el lavado de dinero, las ejecuciones violentas, las muertes civiles.

5/ Soy un individuo libre y consciente: dejé de fumar cigarrillos hace diez años, cuando comenzaba a tocar el fondo de las dos cajetillas diarias, para escribir. La nicotina me empezó a parecer mortuoria, me sentía a los 28 años con los pulmones de una anciana. Lo hice por decisión propia, porque comencé a preguntarme de dónde venía mis impulsos autodestructivos o simplemente porque tosía como tuberculosa, una enfermedad que había perdido brillo literario. Pero no por eso me convertí en una fanática antitabaco, ni en profeta, ni legisladora; no tengo por qué importunar los placeres o los impulsos suicidas de los otros, creyendo que de ese modo me libraré de mis propios impulsos autorreprimidos, de mi incapacidad para la moderación. Digo esto, porque estoy convencida, como lo saben todos los ex alcohólicos o ex adictos o ex fumadores, que ninguna disuasión puede venir desde el exterior, mucho menos desde el púlpito o la policía. Sólo puede hacerse desde la conciencia individual, desde el deseo íntimo de hacer el duelo y dejar esa bella aunque sombría (“sublime”, la llama Klein) compañía que es el tabaco o la mariguana o el mezcal antes de escribir, en los momentos de desesperación y desconsuelo, mientras se baila gozosamente en una fiesta, cuando se ha perdido el empleo o se necesita mitigar una ansiedad. Los censores no entienden eso: la libertad individual (mucho menos el placer). “De mi piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera”, dice el epígrafe de Aprendiendo de las drogas, de Escohotado. El cuerpo es nuestra última zona autónoma, el lugar donde pensamos, deseamos, percibimos y discutimos el mundo, libremente. Sólo una lobotomía, las castraciones vejatorias de la Edad Media, las infibulaciones de las mujeres musulmanas, pueden inhibir autoritariamente los placeres de la imaginación o el sexo, la búsqueda humana de la dicha. Entonces: el realismo nos exige reconocer que nunca la prohibición ha impedido que la gente se masturbe o se embriague, y lo seguirá haciendo por medios lícitos o ilícitos. Todo lo contrario: su persecución fanática sólo ha reforzado la práctica que desea abolir, dando origen a toda una corriente subterránea, ilegal, clandestina, que la propicia y hace posible. ¿Por qué se insiste entonces en la censura en lugar de poner en circulación toda la información posible sobre las drogas, sobre sus efectos, su toxicología, su relación con la cultura? Si no sólo se hablara de los terrores del hachís o la ayahuasca, sino también del beneficio estético y hasta espiritual que han extraído de ellas incontables artistas y poetas y músicos y científicos, para ampliar nuestra mirada más allá de la percepción sesgada de la sobriedad; si se aprendiera de las drogas sin prejuicios maniqueos, los adolescentes y los niños no estarían a merced de la extorsión, sino que serían acompañados por sus padres y maestros (o por los libros) en la posibilidad de conocerse a sí mismos, y aprender a decidir soberanamente sobre su cuerpo.

6/ (“Al reír siente uno cómo le crecen pequeñas alas. La risa y el aleteo son parientes… Especie de baile en puntas de la razón”, escribe Walter Benjamin durante una exploración de hachís. ¿Qué hay de nocivo en ser visitados de vez en cuando por la inteligencia cómica, por la risa, el juego, el humor?)

7/ Las argumentaciones a favor de la despenalización de las drogas no son recientes ni se presentan con esa simplificación burda que tú (y también Carlos Marín) alega: tienen por lo menos cuarenta años e incluyen entre sus defensores a escritores, científicos, filósofos, economistas, estadistas, abogados, legisladores y hasta empresarios, lo mismo liberales que de izquierda, anarquistas y pequeños propietarios. Insistes, Heriberto, en que los intelectuales defienden la legalización, pero no han dicho cómo. Te equivocas. Existen incontables propuestas sobre esa transición (desde todos los puntos de vista, legales y mercantiles, sanitarios y educativos, etc.) Que no las conozcas, que no hayas investigado sobre ellas, no significa que no existan. (Comparto contigo algunos links y bibliografía al final de mi perorata.) En la mismísima cámara de diputados se han planteado (con la participación de médicos, activistas, politólogos, psiquiatras), los modos y los tiempos en que podría suceder esa regulación. Las deliberaciones fueron públicas, se transmitieron por televisión y la gente de a pie podía asistir a ellas. Asomarse a la propuesta de California, también podría esclarecerte el panorama. Por supuesto que podemos imaginar un mundo post narco, ya existe: es el mundo post mafia, sin encarnaciones del bien y del mal, Alcapone vs. Ness, con vinaterías abiertas, mayoría de edad para el consumo, campañas de prevención, pago de impuestos, gasto público en educación. Habrá adictos, como hay alcohólicos y televiciosos. Pero no 40,000 muertos sin rostro. Y entonces nos sentaríamos a pensar si acudimos a las drogas porque nos hemos quedado sin dioses o por espíritu lúdico o porque sentimos horror de nosotros mismos o porque la sobriedad no alcanza para tolerar a nuestros semejantes o por hastío o ritual o lo que sea. Y veríamos si una vez desmantelada la principal fuente de ingresos del crimen organizado, podría perpetuar su poder corruptor.

8/ Nadie podría decir ahora que la legalización de las drogas es la panacea frente al abismo mexicano. Cuatro décadas de prohibición y pactos en lo oscurito crearon condiciones de impunidad que hoy avanzan por muchas otras direcciones. Pero la única forma de contener lo que parece ya incontenible es reduciendo los espacios de acción del crimen que hoy encuentra en el mercado ilegal de drogas la mayor fuente de su poder económico y su arsenal de armas. Lo cierto es que si desde hace cuarenta años se hubieran atendido los argumentos de despenalización toda esta pesadilla criminal se habría reducido (como sucedió cuando se legalizó el alcohol en Estados Unidos); si desde entonces la moral puritana (o los intereses comerciales que aguardaban detrás de ella) hubiera tratado de ver las cosas desde otro punto de vista, no tendríamos por qué renunciar al derecho individual de conocer el mundo por otros medios, ya sean los libros, el internet, el hachís o la meditación zen. Pero el narco también es mercado, en su estado salvaje, y su ilegalidad ha convenido a todo un sistema financiero que se ha dejado penetrar por el lavado de dinero desde hace décadas. Es a ellos a quienes hay que pedirles que dejen el discurso de la doble moral: condenar públicamente al narco y aceptar bajo la mesa, sus dádivas y sobornos.

9/ Para terminar (y volver a la escritura). Sabes que leo con interés, a veces con complicidad, tus ensayos y artículos desde hace tiempo. Trato aquí de ampliar la discusión, más allá de la falacia, la simplificación, el desconocimiento y, sobre todo, el retorno de una moral policiaca para justificar una guerra inútil y de antemano perdida. Podría sumarme a tu llamado de no consumir drogas en tanto estén en manos criminales (también se podría invitar al cultivo de hidroponias y al autoconsumo), si de tu parte y la de todos los detractores rígidos de la legalización se sentaran también a escuchar las propuestas de miles de organizaciones civiles del mundo entero que hoy diseñan proyectos viables y detallados de otra realidad posible, infinitamente menos oscurantista e irracional. Lo que trato de argüir aquí en definitiva es que no ha sido el consumo, sino la clasificación de las drogas como delito, lo que las ha convertido en el negocio del siglo. Entender eso es complejo, pero nos tiene metidos en una encrucijada tan escabrosa que deberíamos darnos el tiempo de pensar mejor nuestros argumentos. Cuando llamas a los marchistas a no consumir drogas (suponiendo arbitrariamente que todos ellos las consumen o son clientes morosos de algún dealer), ¿lo haces por espíritu de provocación o porque realmente crees que eso llevará a la quiebra al Cártel de Sinaloa? Acudir al cliché del escritor como mariguano o cocainómano es absurdo. Las arcas millonarias del narco no las alimentan los tres o cuatro poetas de tu barrio, sino millones de personas que forman parte de esta sociedad dopada, desesperanzada, y para colmo, criminalizada. Discutamos sobre eso.

un abrazo,

v

LIBROS Y LINKS a la mano:

Luigi Amara, Humberto Brocca, et. al., Regular ¿para qué? La cannabis y sus consumidores. CUPIHD, México, 2010. (Aquí vienen más de diez iniciativas concretas que debes revisar. Algunas de ellas se debatieron en el Congreso.)

Antonio Escohotado, “Sobria ebriedad”: http://www.cuervoblanco.com/dr

———-, Aprendiendo de las drogas. Anagrama, Barcelona, 1995.

Richard Klein, Contra los no fumadores. Colección Versus # 7. Tumbona Ediciones, México, 2008.

Carlos Martínez Rentería (Comp.) Tradición, disfrute y prohibición. Cultura de las drogas en México. Generacion, México, 2010.

Jefferson M. Fish, How to legalize Drugs. Jason Aronson, Estados Unidos, 1998.

Colectivo por una Política Integral hacia las Drogas: http://www.cupihd.org

Drug Pollicies Alliance’s Ethan Nadelmann http://reason.com/blog/2011/04/15/reasontv-drug-policy-alliances

La reforma de las políticas de drogas (experiencias alternativas en Europa y Estados Unidos) www.nuso.org

19 opiniones en “Contra la satanización de las drogas, por Vivian Abenshushan”

  1. El punto principal, creo yo, es que todo tiene consecuencias. Habrá que poner en una balanza los beneficios y los riesgos que implica la legalización.
    Siempre que haya demanda, existirá oferta. La droga jamás desaparecerá porque causa adictos. Pensar que la legalización resolverá el problema o lo disminuirá me parece utópico, tanto como decir que la solución es que se acaben los consumidores. Lo fundamental es reconocer que los humanos somos víctimas y victimarios. Esto jamás terminará. Pienso en la problemática del país como en un enfermo (adicto). El adicto tiene dos destinos, o termina tres metros bajo tierra, al fin y al cabo, o bien, se rehabilita. Si se rehabilita cabe la posibilidad de una recaída, o en el mejor de los casos, resurge con consciencia. A fin de cuentas creo que la praxis será la que hable por nosotros. Caer para avanzar. Avanzar para volver a tropezar. Saludos.

  2. De chico creía a ojos cerrados todo lo que me decían; que el mundo de las drogas era algo perverso, de gente de baja calaña y que una vez puesto un pie ahí no había forma de escapar al hundimiento inminente del que se droga. Ahora de grande puedo decir que hay de drogas a drogas, pero sobre todo, que si se decide explorar el uso de las mismas hay que tener claridad para saber para qué, cómo, cuánta, cuándo y con quién se van a usar; cosa que muy pocos niños, adolescentes, jóvenes y adultos hacemos antes de meter un pie en este mundo.

    Luego, como dice Vivian, informarse sobre los efectos primarios, secundarios y terciarios sobr el uso de tal o cual substancia. Distinguir entre el uso y el abuso de las mismas. Conozco muchas personas, que como yo, hacemos uso de las drogas; también conozco personas que abusan. Son muy pocos los que hacen un uso autorregulado y «sano» de las drogas. Como se los he tratado de decir a mis amigos en varas ocasiones, -si nos vamos a drogar hay que medirle bien el agua a los camotes porque al menos yo quiero poder dormir y comer, y continuar con mi vida.

    Y el punto es ese; tener un vida, tener proyectos, algo en qué ocupar el tiempo. De lo contrario las drogas parecen ser el medio perfecto para rellenar una vida sin proyectos, una vida sin afecto.

    Leí hace meses un artículo que habla del análisis de la tasa de homicidios en México. Decía que a final de cuentas estamos poniendo todos los huevos en la canasta del narco ya que en realidad el porcentaje de homicidios relacionados con el narcotráfico no explican las cifras totales de homicidios en nuestro país, así que hablar de un baño de sangre por las drogas, según la estadística oficial, es un error. Nuestros problemas son otros, más intrincados y profundos, que simplemente legalizar el consumo de las dorgas.

  3. Yo creo que la de Yepes no es una propuesta de prohibición, no veo la moralina en su texto, lo que veo es valor y coraje para proponer algo que como simples ciudadanos sí podemos hacer. No creo que su artículo reste mérito a las demás propuestas y acciones que surgen de la sociedad civil y de los artistas para parar esta locura colectiva que ha tomado a México por sorpresa.

    Nuestras manifestaciones exigen que «otros hagan algo», piden cambios en el gobierno o cambio de gobierno, son válidas y valiosas, pero nos dejan en el papel de demandantes. La propuesta de Yepes nos pone directamente en la acción posible: dejar de consumir como protesta, dejar de consumir como forma de presión, dejar de consumir como acción política, como forma de lucha, como reclamo… !Nunca porque sea malo!

    La única moral que veo en el artículo de Yepes es la que denuncia la muerte de más de 35.000 personas, es la moral que compartimos todos nosotros, los que estamos en contra de esta guerra estúpida y que no encontramos una forma de participación que no se limite a manifestar y a demandar.

  4. Ceo que ha tocado el punto mas importante, al decir «el narco también es mercado, en su estado salvaje, y su ilegalidad conviene a todo un sistema financiero», la cantidad de dinero involucrada es absurdamente estupida, tanta que no sabemos, y es por eso que las autoridades involucradas no quieren legalizarla.
    Gracias por tan amena lectura.
    Saludos cordiales.

  5. Yo creo que la legalizacion es importantisimo y mas que eso, la reglamentacion en su uso, pero creo que se confunde con represion la propuesta de Yepez, hasta donde entendi, el lo que dice es que mientras sea ilegal, deberia hacerse un boicot y dejar de consumir, a la par hacer movimientos y exigir su despenalizacion, pero mientras sea ilegal, no negar la responsabilidad del consumidor, ni ser naive o negar el fin que tiene cada uno de los pesos del consumidor.

    1. Estoy de acuerdo con Cecilia. El boicot es una forma concreta de actuar en la vida cotidiana, una forma de acción que parte del reconocimiento de vínculos entre lo cotidiano y ámbitos menos directamente accesibles como son la política internacional, las finanzas y la división internacional del trabajo. El boicot parte del reconocimiento de que lo personal (el consumo) es político. Si el boicot de consumidores se ha llevado a la práctica en el ámbito de la ropa y los comestibles, ¿por qué no debe llevarse a la práctica en el ámbito de las drogas? ¿Se le ha tachado de moralista represor a alguien que se rehusa a comprar alimentos producidos en los territorios ocupados de Palestina, o ropa de marcas que explotan a trabajadores vulnerables y evaden al fisco? Desde este punto de vista, no tiene nada de raro lo que propone Yépez, y como dice alguien por ahí, el peso moral añadido no tiene que ver con una satanización de las drogas sino con un reconocimiento de la violencia que el tráfico está generando. Pero la lectura que se hace aquí de su texto, una lectura defensiva y sintomática, evidencia que hay resistencia por parte de «los mal llamados intelectuales» a ver las conexiones entre lo personal y lo político. Como si el liberalismo no fuera también una ideología.

  6. Yo tampoco veo el artículo de Yepez como moralina o como policiaco, inclusive no leo en ese artículo un ataque visceral a la «libertad del drogo» como anoche se escandalizaban en una cena los marihuanos que se sentían atacados por el texto y aducían a lo «natural» del alcaloide, en oposición a la «artificialidad» del otro alcaloide en polvo.

    Pongamos ese artículo lado a lado con las declaraciones publicadas ese mismo día, de Mauricio Fernández, el Alcalde de San Pedro, el mismo que anunció con horas de anticipación la ejecución de un narco que lo amenazaba.

    Fernández dice que hay que legalizar todas las drogas «no sólo las 4 que traen el mundo de cabeza»; es decir, si comenzamos a equiparar la cocaína con la mota con el meth, con la ketamina, con la piedra ¿no estamos generalizando de una forma más irresponsable que Yepez cuando plantea que el consumo de drogas es parte del problema y que los que luchamos por la emancipación nos contradecimos precisamente cuando nos periqueamos porque siemore habrá varios muertos en relación con esa grapa?

    Escohotado dice en alguno de sus artículos, y alerta, que los chavos ya no son consumidores de una sola sustancia,sino que se arman cocktails cada vez más peligrosos, como los que mezclan uppers and downers (el mejor ejemplo es el de River Phoenix) , por eso aducir el clásico churrito despabilador o cachondero antes de una buena encamada o una buena conversación, ESO ES MORALINA, tal cual, el decir, yo soy libre porque puedo decidir echarme un gallo, acá en lo tranquis, porque soy bueno y tranquis y soy luchador social ¿y así la lucha se piensa mejor no?; pero el chavo que está en el baldío hirviendo el bicarbonato ¿está apelando igualmente a su libertad que el pacheco «consciente» de clase?

    Hay muchos datos históricos que confirman por ejemplo como en las revueltas italianas del 77 (Berardi) la policia y los reventadores introdujeron la heroína a las revueltas; en Inglaterra sucedió lo mismo a finales de los 80 cuano el punk se tornó aún más obrerista y daba su apoyo a los mineros a los que estaban a punto de desmantelrles la existencia. José Ribas el editor de Ajoblanco comenta en una entrevista cómo en la mera transición, cuando las exigencias estaban en la calle, los provocadores no sólo incendiaban propiedades para achacárselas a los manifestantes, sino también la heroína.

    En Monterrey por ejemplo, sin lucha social ni nada, en los 80 no había cocaína, algunos policias y ciertas clases accedían a ella, y era de muy buena calidad. Después de los primeros cierres fronterizos con los muros de Clinton y Bush como lo plantea Jorge Castañeda en su artículo del jueves o viernes pasado, hizo que el paso de migrantes y de drogas cambiara hacia Tamaulipas, pero desde finales de los 90 tanto los migrantes como las drogas se fueron quedando de este lado, entonces había que crear un mercado acá; los migrantes fueron la carne de cañón de San Fernando y los chavos regios del mercado de la coca y la piedra; fue en 2007 cuando las tienditas aparecieron en el Barrio Antiguo y había colas para comprar; yo hice una noche conversación con un tipo que me contó que de 9 pm a 11:30 se acababa el primer stock que manejaban los bares, 3 mil dósis, y de 12:30 a 4 pm se acababa el segundo, supongamos otras 5 mil dósis. Es decir, estamos hablando de 8 mil crackheadz dando la vuelta en un perímetro de 12-15 cuadras. ¿Libertad individual y ciudadanía? Lo dudo.

    Por último quiero insistir precisamente en eso ¿que tan consicentes estamos de que la mariguana que se consume hoy por hoy es una planta tratada con químicos y muchas veces como ciertas especies creadas en laboratorios? Yo se de personas que compran un polvo de marihuana que se impregna en trajes especiales desde plantas «trabajadas geneticamente» para lograr efectos más explosivos, similares a los de los speed.

    ¿Qué tan conscientes estamos de que la mayoría de las tachas, los acidos y la cocaína no son sino altas concetraciones de cafeína y otros speeds baratos y no MDMDA o sustancias lisérgicas que son las que se ofrecen? ¿Con qué cortan la cocaína? ¿Somos conscientes de que usan laxantes y anestésicos locales para ello? ¿Qué drogas estamos consumiendo en nuestra libertad de elección? ¿Qué tan individuados estamos realmente cuando decididmos comenzar a meternos piedra o vamos al Zacazonapan y similares como en Tijuana a conversar con nuestros amigos intelectuales mientras nos pasamos el foco y hacemos el tour de los jodidos para mostrar lo bien gruexos que somos? ¿Qué drogas vamos a legalizar?

    Si tuviéramos tres o cuatro poetas en nuestro barrio y suponiendo que fueran locos, ¿a quién le comprarían la coca? Al mismo que le compran los vecinos trabajadores o sus hijos y sus hijas que no son poetas ni pretenden serlo, ni más ni menos, al mismo cabrón que no llega ahí sin un par de pistolas mínimo en su carro y que evidentemente le vale madres si el que se mete la merca va a leer un libro de Solyenitzin o se va a dar en la madre en su auto a los 17 años, igual él le pagas y se va a atender otros asuntitos como matar a uno que le debe; algunos de ellos maestros de escuela secundaria, etc.

    No podemos evadir que este asunto es un problema Moral, pero en el sentido filosófico, no la moral de la imposición de valores, sin en el hecho de que el asunto compete precisamente a una esfera mucho más compleja de la noción de integración e integridad social y personal, sí se necesita un espectro de sobriedad, frugalidad, clarificación de mente para poder entrarle a lo que esto supone, sí necesitamos espacios mentales y también urbanos libres de drogas donde elaborar el diálogo y la pragmática…etc.

    1. Sí, de lo que dices yo recalcaría que hay que agudizar el sentido crítico ante las narrativas que representan la intoxicación como una cuestión (ante todo) de placer y de misticismo, simplificando su historia y reduciéndola a un combate entre libertarios y represores. Esta una simplificación, que también es una especie de miopía histórica, que nos hace creer que el placer y el misticismo siempre están de nuestro lado, y que nos hace olvidar que tan probable es eso como que el placer esté operando en contra nuestra, individual y colectivamente. Hablando de Foucault! Creo que Yépez ha sido claro al contextualizar su argumento, y lo que celebro ante todo es su atrevimiento de romper con el consenso «intelectual» de que las drogas son una especie de «derecho» universal e incuestionable.

  7. Sin lugar a dudas es un gran texto que me llevo a pensar como el autor y estoy totalmente de acuerdo con lo dicho. La legalizacion eliminaria los altos precios de las drogas y no te tendrias que estar escondiendo para conseguirla. Que los individous hagan lo que que quieran siempre de forma responsable.

  8. El propio Heriberto dice claramente que está a favor de la legalización de las drogas. Nunca las condena.

    Lo que plantea es que, en la situación actual, cada peso gastado en drogas es un peso que financía al crímen organizado.

    Yo también creo que los consumidores somos responsables por el daño que causa la producción de nuestro objeto de consumo. No veo la moralina en ello.

  9. Entiendo todas las escrituras, comparto muchas opiniones mas considero que deberiamos irnos al origen generacional,considero que muchos de estos individuos que participan en esta guerra sin cuartel,(llamense narcos,politicos,militares,consumidores,etc) no nacieron asi¡ Fueron formados en una familia, fueron responsabilidad de unos padres y estas son las consecuencias: creas basura y das al mundo basura. Considero es necesaria una lucha si..pero desde nuestras familias, nuestro actuar como padres y lo que seguiremos heredando a futuras generaciones. Hoy muchos pensamos como padres que dando todo a nuestros hijos y «evitando que sufran lo que yo sufri»le estamos haciendo bien,hoy pensamos que dejandolos hacer «lo que quieran y como quieran» les estamos educando…Cambiemos nuestros planteamientos y pensemos que quiza en este momento la cita tantas veces escuchada por nuestro padres en antiguas generaciones nos resultaba mas: corrigelo ahora ¡¡¡ mañana no podras…. Muchos padres no saben en donde o con quien se encuentra su hijo, muchos padres: nos hacemos «tontos» sin ver de donde esta logrando su dinero el hijo, muchos nos volvimos comodos… nunca pensamos en las consecuencias…hagamos un cambio si, pero desde adentro…

  10. Sra Vivian: el suyo es el típico artículo del aludido, del que «se puso el saco». Yépez no hace más que convertirse en la voz de muchos, sí muchísimos más que los consumidores, que ni estamos desesperanzados, ni dopados, ni drogados, a pesar de esta terrible realidad nuestra. Somos mexicanos que trabajamos día a día y entendemos que el placer no es artificio (sí, aunque le parezca imposible) y que entendemos el dolor como algo natural a la vida, y no nos caen a medida ninguna, fíjese bien, ninguna de las razones que usted enlista y por las que la gente se droga. Ahora resulta que por no ser adictos, como usted (usted lo confesó, apelo a eso) también somos «criminalizados» por su artículo: si no somos mariguanos entonces somos maniqueos, reaccionarios, puritanos y moralistas, todo lo cual hoy en día es mucho peor que ser un criminal, por cierto. ¿Que la tendencia de la humanidad a las drogas viene de tiempos inmemoriales? claro, y la tendencia a la autodestrucción, y la tendencia al crimen: desde tiempos inmemoriales el abuso de niños es una práctica más extendida de lo que sabemos, a todos los niveles ¿legalicemos el abuso de niños? desde toda las historia de la humanidad y en todas las culturas, excepto alguna tribal perdida, se ha tendido a la violencia y a la discriminación de las mujeres ¿legalicemos los feminicidios? hemos tendido desde siempre al asesinato, está en nuestra naturaleza la locura ¿que matar sea un asunto de conciencia? entonces quememos las cárceles y vivamos en la anarquía. Usted no hace sino acudir a las leyes convenientemente: esa falla maniquea de que el que vende es criminal pero el que consume no. Luego convenientemente las niega. Ahora resulta que debo hablarles a mis hijos de los beneficios de las drogas: creo que usted debería hablar también de los beneficios tremendos que trae a la neurosis de un pedófilo el abuso de un niño ¿Es el «otro» la diferencia del daño?. Diga lo que diga, la evidencia es demoledora: no importa si las drogas tienen algún beneficio, las drogas generan más adictos, enfermos, locura y pérdidas humanas mayores a cualquier tipo de dolor físico o mental que el que palian. No importa si son legales o no. ¿Que no por prohibir las drogas dejarán de consumirse? cierto, como tampoco por legalizarlas los criminales van a renunciar a sus redituables prácticas clandestinas ¿o es tan ingenua que piensa que los señores se darán de alta en Hacienda y empezarán a pagar impuestos?. ¿Que desde tiempos inmemoriales los escritores, científicos y demás prole respetable que usted menciona, han usado los beneficios de las drogas por «estética», «inspiración» o como le llame? Sra. no recurra a los argumentos de autoridad, eso es falaz: «si lo hacen los grandes está bien hecho» es lo que hay debajo de susn palabras. También puedo citarle interminables casos de grandes inventores, científicos, escritores, etc. que vieron la gloria gracias al abuso sistemático de los servicios de una mujer (Marx vivió de la suya y una vez sin dinero la deshechó como una cosa) ¿Si lo hacen los grandes está bien hecho? ¿cuál es el problema si es una práctita totalmente extendida entre los «grandes hombres» del mundo?. Así pues, deje de darse por aludida, que Yépez no hace sino destapar la cloaca de la sociedad entera, aquello que aún falta por destapar de verdad y que también está podrido: que en el mundo de los «intelectuales» opera la misma corrupción (y si no vea a Sealtiel) y que somos parte de la cloaca y no «corazones pensantes» del país que se dan un pase y luego van frente al televisor o en las marchas y se ponen en guante rosa del asombro.
    Ah y hablando de poetas le cito a Pablo Neruda:
    «Las drogas ayudan a escribir al que no es poeta. El que conoce la poesía no las necesita”.

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